“Estoy en el mejor momento personal y profesional de mi vida”, nos cuenta Eugenia Martínez de Irujo. ¿La razón? Haber sido capaz de convertir su vía de escape durante el confinamiento, la pintura, en el exitoso eje creativo de sus nuevos proyectos.
VANITY FAIR | POR JUAN CLAUDIO MATOSSIAN | 24 DE MAYO DE 2022
La última vez que entrevistamos a Eugenia Martínez de Irujo (Madrid, 1968) fue cuando protagonizó nuestra portada del número de marzo de 2020. La duquesa de Montoro accedió a ser vestida y peinada al estilo de la corte del Siglo de Oro para posar delante del objetivo de Erwin Olaf, fotógrafo de cámara de la familia real holandesa. El resultado fue un espectacular reportaje fotográfico (en el que participaron también Laura Ponte, Alba Galocha y Violeta Sánchez) reconocido por la prestigiosa Society of Publication Designers entre los mejores del año a escala mundial. Dio lugar asimismo a una de las cubiertas más memorables de la historia reciente de nuestra publicación, tanto por su valor artístico como por la trascendencia del personaje que la ocupaba, mostrando una faceta tan señorial como desenfadada y, sobre todo, totalmente inédita. Fue un halo de luz antes de la llegada de la oscuridad: muy poco tiempo después de que la revista aterrizara en los quioscos, se desató la pandemia que transformó nuestro mundo. En estos dos años la vida de la hija menor de Cayetana Fitz-James Stuart (18ª duquesa de Alba) también ha cambiado. Ha sufrido las sombras de la pandemia, como todos: “Ha sido muy duro y muy triste para mucha gente. Llegué a pensar por primera vez: ‘Menos mal que mi madre ya no está”, nos cuenta por teléfono. “Me pareció terrible y cruel la manera en la que se estaban muriendo muchos, solos en un hospital, sin poder despedirse de sus familiares... Pensé muchísimo en mi madre, en cuando ella se fue. Creo que es importantísimo poder despedirse en los últimos momentos para tener paz y tranquilidad. No poder ni siquiera coger de la mano a alguien a quien quieres tanto me parece terrorífico”.
Para algunos, ese triste periodo también abrió las puertas hacia el autodescubrimiento y la reinvención. Para Eugenia, supuso una oportunidad de explotar y dar rienda suelta a su vena artística de una manera que no había podido hacer hasta entonces. Cierto es que la creatividad siempre ha corrido por sus venas, como demuestra su larga colaboración con Tous en el diseño de joyas y accesorios (“Llevo 25 años con ellos, madre mía, qué fuerte”, nos dice con sorpresa después de hacer cuentas), y el arte ha estado presente en su vida a través del ejemplo de su madre, gran coleccionista, apasionada de la música y del flamenco y también pintora aficionada.
La duquesa de Montoro expuso por primera vez sus cuadros en octubre de 2020 y se vendieron todos con fines benéficos.
Esta última faceta de Cayetana es una de las que heredó su hija, quien se dedicó a pintar de manera casi compulsiva durante el confinamiento en La Pizona, su finca sevillana. No era la primera vez que pintaba, aunque nunca lo había hecho de esa forma. “Siempre quiero encontrar lo positivo, incluso en los momentos malos, y para mí lo positivo durante el confinamiento fue retomar la pintura con tanta fuerza", asegura.
Lo que empezó como un refugio de luz muy personal, adquirió trascendencia pública el 16 de mayo de 2020, cuando Eugenia publicó en Instagram una imagen en la que aparecía sentada en el suelo y rodeada de decenas de acuarelas. “Intentando poner un poco de color a este oscuro momento”, escribió entonces. Unos pocos días antes había compartido su propia versión del cuadro de un arlequín azul que su madre pintó y le regaló cuando tenía 13 años, por si alguien dudaba de quién le ha inspirado esa pasión. “A mi madre la tengo muy presente y me consuela muchísimo saber que siempre está aquí”, cuenta. “Me ha marcado su pasión por el arte, pero más quizá la libertad que ella manifestaba. Eso y otras muchas cosas, como ser ordenada, la puntualidad… Lo que más me gusta es el legado de cariño que ha dejado. Me maravillaba lo mucho que la quería la gente, personas de todas las edades, hasta jóvenes. Me acuerdo de cómo se acercaban estudiantes de los colegios para hacerse fotos con ella. Es una satisfacción enorme tener ese recuerdo”.
En octubre de 2020 muchos de los cuadros que pintó durante el confinamiento (acabó más de 80) fueron expuestos por primera vez en Espacio Valverde, la galería de arte dirigida por su sobrino Jacobo Fitz-James Stuart y Asela Pérez Becerril, la pareja de este. Eran acuarelas muy coloridas que transmitían un espíritu vitalista. Mostraban animales (tucanes, pavos reales, jirafas, leones... También una constante en sus diseños para Tous), motivos florales y homenajes a Japón a través de preciosas siluetas de geishas. La tituló El arte de querer, porque todo lo recaudado por la venta de las obras se destinó a la ONG Fundación Querer, que apoya a niños con necesidades especiales derivadas de enfermedades neurológicas. “Fueron tres días maravillosos. Se vendió todo, vino muchísima gente y no pudo salir mejor”, rememora Eugenia. “Fue un golpe de optimismo muy grande después de todo lo que había pasado ese año".
Para la duquesa de Montoro eso fue solo el principio. La pintura ha pasado para ella de ser un hobby al eje sobre el que vertebra casi todo su universo creativo y profesional. A la exposición de finales de 2020 le siguió el lanzamiento el año pasado de colecciones de distinta índole que integran su obra (y que ya vende directamente a través de su propia página web, EMI Shop).
Entre ellas, una de mascarillas y otra de kimonos, ambas con estampados de sus cuadros. Esta última le hizo especial ilusión por todo el trabajo que hubo detrás y por la trascendencia que adquirió, dando lugar a algunas de las prendas más deseadas de la temporada. “Lo de los kimonos fue increíblemente exitoso, pero solo pudimos hacer uno de cada y se volvió un poco como de locos”, explica. “Por eso no he querido repetir todavía este año, aunque me siguen preguntando por ellos y me encantó hacerlo. Cada pieza que creamos era exclusiva y única, que era lo bonito”.
En paralelo, siguió pintando nuevos cuadros, esta vez inspirados en la India y en el Kamasutra. Y buscando nuevas vías, nuevos soportes de expresión artística a través de colaboraciones, como la que entabló con Papelorio para que sus obras estuvieran presentes en una amplia gama de productos de papelería. Algo que, en parte, la devolvió a su infancia. “Desde pequeña me fascinan las papelerías, me encantan, y la ilusión de mi vida cuando empecé a pintar era hacer agendas, álbumes de fotos... Así que cuando me lo pidieron, no lo dudé”, cuenta.
Su última colaboración se acaba de dar a conocer. Es una de las más trabajadas y demuestra una vez más la polivalencia de su arte. Se llama Eugenia & Sushita porque es un proyecto común entre ella y el conocido grupo de restauración centrado en el sushi para que sus pinturas realcen una nueva línea de vajillas y objetos de decoración (disponible en sushita.com e inicialmente en el pop up Monsieur Sushita, Velázquez, 68, del 1 al 8 de junio de 12:00 a 20:00 horas ). “Nos ha llevado un año de trabajo y reuniones sacarlo adelante porque queríamos que quedara perfecto”, asegura Eugenia. “Creo que el colorido de la colección es ideal para esta temporada. El mundo de las vajillas y la decoración también me apasiona. Para que yo me meta en un proyecto, me tiene que encantar. Si no, no me meto. Y todo lo que he hecho hasta ahora me ha encantado”.
Además para aceptar colaborar con Sushita tenía una razón de peso adicional: su amistad desde hace muchos años con Sandra Segimón, cofundadora y actual presidenta ejecutiva del grupo, quien convenció a Eugenia para que participara y quien ha diseñado personalmente la colección de edición limitada. “Fui a su exposición de cuadros y me encantaron sus pinturas, lo coloristas que eran, y quise utilizarlas de inmediato para nuestras colecciones”, cuenta Segimón. “Eugenia es supercreativa, me gusta todo de ella: cómo se viste, las cosas que mezcla, su look... Y sus pinturas también tienen una mezcla de colores superespecial que no ves en otros sitios. Todo funciona en sus cuadros, por eso está vendiendo tanto. Es también una pintura muy reconocible, con un sello propio y con mucha personalidad, al igual que ella".
Es un peldaño más en la escalera que la duquesa de Montoro ha ido construyendo en esta última etapa, la que la ha aupado al “mejor momento personal y personal de mi vida”, según nos confiesa. El arte y los proyectos en torno a él tienen mucho que ver en ello, pero el otro puntual, entrando ya en el terreno exclusivamente personal, en su marido, Narcís Rebollo, junto al que cumple cinco años de casada y hacia quien se deshace en elogios siempre que tiene ocasión. “Con Narcís estoy muy feliz, nos complementamos superbien y me da mucha seguridad”, dice Eugenia. "Me río con él, algo que valoro mucho porque para mí es fundamental el sentido del humor. Es una persona a la que admiro profundamente, un tío maravilloso. Me apoya muchísimo en todo lo que hago y eso me da mucho subidón. Además me hace la vida muy fácil: no da un problema nunca y siempre me da tranquilidad”.
Con Rebollo ha recuperado otra de sus grandes pasiones en cuanto la pandemia se lo ha permitido: viajar. Juntos han ido en estos dos años, ya sea por compromisos profesionales (hay que recordar que Narcís es presidente de Universal Music para España y Portugal) o por placer, a República Dominicana, Las Vegas (siempre acuden a los premios Grammy y allí se casaron en 2017 vestidos como Marilyn Monroe y Elvis Presley), Los Ángeles, Nueva York, Borgoña o Bogotá. En la capital colombiana se hospedaron a finales de marzo en el mismo hotel que el grupo Foo Fighters, justo cuando su batería, Taylor Hawkins, falleció repentinamente. “Nos impresionó muchísimo, porque además Narcís los vio antes de que salieran para el festival [ese día iban a actuar en el Estéreo Picnic] mientras estaban esperando al batería. Al ver que no bajaba, fue cuando subieron a la habitación”, relata Eugenia. “Me impactó muchísimo, estaba flipando. Nos vimos ahí de repente en un momento histórico para el mundo del rock, con todo lleno de prensa, los altares que montaron los fans... Estaba alucinada”.
Otra clave de su felicidad es su hija, Tana Rivera, fruto de su primer matrimonio con Fran Rivera Ordóñez, pero sobre ella prefiere no hablar públicamente porque “no quiero ponerla en el punto de mira. Ella es muy discreta, no está metida para nada en este mundo y estoy muy contenta de que sea así”.
Puede tener que ver algo en ello su relación histórica con los medios de comunicación, siempre repleta de vaivenes, aunque ahora asegura llevarse “muy bien con todos”. Es prácticamente la misma respuesta que nos dio hace dos años, pero no por ello olvida los momentos complicados, especialmente aquellos que afectaron a su hija. “Pasé aquella época tremenda para mí en la que estaba todo el rato en el candelero cuando me casé y cuando me separé”, dice. “Ahora tengo una vida normal, en la que puedo salir y entrar sin tener esa presión de que me sigan a todas partes, de que me hagan guardias diarias... Eso era lo que más ansiedad me creaba, sobre todo cuando mi hija era muy pequeña y la llevaba al colegio. Ahora todo está muy protegido, pero yo me acuerdo de que entonces las primeras que fuimos a hablar con el Defensor del Menor para pedir que se protegiera a los niños fuimos Ana Obregón, Terelu Campos y yo. No vale solo con taparles la cara en una publicación, lo malo es lo que el niño absorbe, especialmente cuando te ve a ti con angustia. Yo recuerdo ir con mi hija en el coche y ella miraba todo el rato para atrás y me decía: ‘Mamá, ya están ahí”.
Eugenia también cuenta ahora con herramientas para transmitir y controlar su mensaje. En su cuenta de Instagram, donde acumula 285.000 seguidores, se muestra bastante activa. En esta plataforma dio a conocer precisamente que había retomado la pintura, lo que le ha proporcionado muchos réditos, pero ella en ningún caso tiene intención de utilizar las redes sociales de una manera en la que no sienta que está siendo fiel a sí misma.
“Me costó meterme, pero ahora estoy contenta porque la gente conmigo es superamorosa y yo soy muy agradecida para eso”, comenta. "Muchos me preguntan que quién lleva mis redes, pero lo llevo yo todo personalmente. Al principio incluso contestaba a todo el mundo, pero ahora con casi 300.000 seguidores no puedo. Sí que sigo leyéndome todo, doy muchos corazoncitos y contesto a los que puedo, pero es verdad que te quita un tiempo brutal. Luego publico solo lo que me gusta: saco mucho a mamá, mis pinturas, mis joyas, mis animales, mucha naturaleza... Ese es mi mundo en Instagram”. Ese es el mundo de Eugenia Martínez de Irujo.